miércoles

Carta 2. No me grites...

No sé si estaréis de acuerdo, pero últimamente tengo una visión del mundo que nos rodea, ruidoso, estresante, incluso violento; la gente anda acelerada por la calle, estresada en el trabajo, veo atascos de tráfico con reacciones exageradas de los conductores…
Además estamos rodeados de “crisis”, es la palabra que se repite más continuamente, y tengo la sensación de que está produciendo un aumento de la crispación; tenemos una “amenaza” constante, que hace que estemos mucho más nerviosos, alguna gente parece que no ve salida al final del túnel y eso provoca desesperación, una sensación de abandono y un estrés que se va realimentando, si no conseguimos ponerle freno.

Diréis que qué tiene esto que ver con lo de gritarles a los niños.
Esta crispación que flota en el ambiente, lógicamente influye en nuestras vidas y la llevamos a nuestras casas; además tampoco disponemos de mucho tiempo y hay muchas cosas que hacer, incluso si tenemos un ratito para nosotros, hay un niño (o varios) a nuestro alrededor, pidiéndonos atención…
Este escenario podría ser uno de los posibles “justificadores” de que gritemos a nuestros niños.
Además es una situación contagiosa, si hay ruido o gente hablando alto, tendemos a subir el tono, con lo que provocamos más ruido y más estrés y así progresivamente.
Los niños, igual que muchos adultos, aunque parezca lo contrario, no entienden mejor con los gritos, al revés, en la mayoría de los casos lo que vamos a conseguir es paralizarlos, y desde luego, estresarlos.
Es difícil, requiere “pensar”, pararnos antes de dar una voz; pero si queremos “hacernos oir” la mejor manera no va a ser gritando, deberemos encontrar el momento, la tranquilidad necesaria para enviar nuestro mensaje.
Creo que a veces no somos conscientes de que no podemos pedir a un niño que pare de hacer ruido haciendo nosotros “más ruido”, debemos bajar el nivel de estrés, empezando por nosotros mismos (“contar hasta 10” suele ser un buen sistema), pensar qué queremos decir y de qué manera lo podemos decir para que nos entienda mejor; la manera de pedir las cosas, nuestro tono, evidentemente va a influir en la respuesta de nuestro niño, si gritamos provocaremos nerviosismo y malestar, pero si pedimos las cosas de manera calmada podremos conseguir mucho más, no debemos olvidar lo importante que es el aprendizaje por imitación: vamos a influir más con nuestras acciones que con nuestras palabras.
Evidentemente, también hay otras causas para los “gritos”, yo, por ejemplo, tengo un tono de voz muy alto, pero soy consciente de que a veces es desagradable, y no me gusta, así que intento cambiarlo, intento no gritar, respirar y modular mi voz, es un esfuerzo pero creo que merece la pena.
A nadie le gusta que le griten y desde luego a ningún adulto (al menos que yo conozca) le gusta un niño que grita, así que al controlar nuestro tono, estamos demostrando que es importante para nosotros y les estaremos dando un buen ejemplo, para poder pedirles a nuestros hijos que ellos también intenten mantener un tono de voz bajo, además podréis comprobar que igual que si uno grita lo que consigue es que el compañero grite también, si mantenemos un tono de voz correcto (con más esfuerzo, desde luego), conseguiremos bajar el tono de la conversación.

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